viernes, 3 de febrero de 2017

Ideología, guerra, música.
Canto de Dignidad: Séptima Sinfonía de
Dmitri Shostakóvich

El director Karl Eliasberg al frente de la Orquesta de Radio de Leningrado durante la interpretación de la séptima sinfonía de Dmitri Shostakóvich en el Teatro de la Filarmónica de Leinngrado, 9 de agosto de 1942.
Imagen tomada del sitio de la BBC

Una pieza de arte manifiesta cualquier cosa; podemos decir, de alguna manera, que la manifestación es, de hecho, la irrupción en el espacio sosegado de la inercia de vida: un quiebre de la normalidad y un abrir el tiempo; una caprichosa intervención, si así se quiere. Sin embargo, no podemos juzgar de capricho cualquier cosa; o mejor dicho, tendremos que tomar por capricho una acepción únicamente usada en la creación de piezas maestras (“Obra de arte en que el ingenio y la fantasía rompen la observancia de las reglas”, según la tercera acepción de la RAE). Visto así, tendremos por capricho aquella manifestación humana que sobrepasa los límites de la normalidad; algo inusual, heroico o monstruoso por sus dimensiones que se antojan sobrehumanas. Las piezas de arte que sobreviven al tiempo y tocan la inmortalidad son aquellas que enfrentan a la muerte en un poderoso destello de vida. En las más terribles guerras se conoce verdaderamente el infierno; de ellas brotan, como diamantes entre montañas de carbón, las piezas más inquebrantables que podamos conocer.

“En el curso de los combates del día de hoy se ha completado una misión histórica de importancia: la ciudad de Leningrado ha sido totalmente liberada del bloqueo del enemigo y del bombardeo de su artillería”, sonaron los altavoces de la ciudad de Leningrado la tarde del 27 de enero de 1944. Le siguieron 30 segundos de un profundo silencio: entonces la ciudad entera reventó en júbilo y se puso a bailar en las calles. Habían soportado casi 900 días de asedio desde el 21 de agosto de 1941, una misión suicida y que pone a prueba a la más férrea voluntad. 1;300,000 rusos murieron de hambre, frío o enfermedad. La opción, desde un principio, era rendirse. Y no lo hicieron. Se puede decir que la voluntad del pueblo ruso fue inquebrantable –de hecho lo fue- durante los casi tres años que duró el sitio. Pero lo que más levantó el ánimo de los Petersburgueses (en ese entonces llamado Leningrado) fue la preparación y posterior ejecución de la séptima sinfonía de Dmitri Shostakóvich, compositor ruso de un excepcional talento. Stalin personalmente le ordenó componerla justo cuando comenzó el sitio de Leningrado. Este permaneció ahí hasta octubre de 1941, cuando fue trasladado junto con su familia a Kúybishev (hoy Samara), donde se puso a trabajar con una euforia inhumana. Comenzaron los ensayos en Leningrado. La Orquesta de Radio de Leningrado se había disuelto: sólo quedaban quince músicos; los restantes habían muerto o se encontraban seriamente enfermos. Se le encargó al director ruso Karl Eliasberg la casi imposible misión de conducir la sinfonía. “No hubo ensayo. Srabian ha muerto. Petrov está enfermo. Borishev ha muerto. La orquesta no trabaja”, se puede leer en su reporte. Entre los 15 miembros activos de la Orquesta estaba la oboísta Ksenia Matus. “Cuando comenzamos a ensayar para el concierto, llevé mi oboe a reparar. Fui a recogerlo y cuando pregunté cuánto debía, me respondió: «Sólo tráigame un gatito». Dijo que prefería esa carne a la de pollo”. La realidad era que los víveres se habían terminado y el régimen stalinista había ordenado pena de ejecución a quien fuera sorprendido comerciando con comida de cualquier clase, con mayor razón si se trataba de carne comestible (res, pollo, cerdo, pescado), por lo que un gato no despertaría –en teoría- sospechas de convertirse en alimento, aunque se sabe que durante el asedio los petersburgueses recurrieron a prácticas mucho más abominables que comer gatitos. El primer ensayo terminó apenas a los 15 minutos de haber comenzado: los músicos se desmayaban o simplemente no tenían fuerzas para levantar su instrumento. Un trompetista se disculpó profundamente con Eliasberg al no poder ejecutar una sola nota. Las autoridades soviéticas enviaron un comunicado al frente de batalla ordenando que, entre sus soldados, quienes fueran músicos, debían presentarse a los ensayos. Llegaron soldados soviéticos de los campos militares y ensayaban entre sus misiones. La hambruna se recrudeció durante el invierno de 1941-42: los caminos y vías férreas habían sido tomados por la Wehrmacht y los puertos marítimos por la Kriegsmarine, así como por la marina finesa; en un par de meses las provisiones se habían terminado en Leningrado, cuyos habitantes comenzaron a morir por miles diariamente. El invierno de 1941-42 fue particularmente crudo, llegando a registrarse temperaturas que casi tocaron los -50°C. Entre el hambre, el frío y el cansancio, la población de Leningrado se encontraba en una tremenda zozobra. Aunque numerosos pueblos soviéticos se habían entregado a las fuerzas alemanas –para ellos la presencia de la Wehrmacht era más un rescate ante la dictuadura stalinista que un ataque bélico- en particular Leningrado soportó el asedio con todo lo que tenían. Durante los inicios del sitio, Stalin personalmente dirigió mensajes al pueblo petersburgués, llamándolos de “hermanos” y “hermanas”, exhortándolos a mantener la unión nacional en lo que éste llamó “Gran Guerra Patria”, haciendo una clara referencia a la Guerra Patria peleada por Rusia contra el ejército francés de Napoleón en 1812, dando con esto un sentido patriótico al llamado de defensa de Leningrado y dotándole de un orgullo histórico ante los ataques enemigos: en realidad, las autoridades militares soviéticas habían sembrado por toda la ciudad bombas con el fin de desaparecer Leningrado y matar a todos y cada uno de sus habitantes en caso de ser tomada, por lo que los petersburgueses estaban obligados a luchar para repeler la conquista nazi.

1942 fue el año más sufrido del sitio de Leningrado, ya que si bien el deshielo había llegado durante la primavera, dejando libre la llamada “Carretera de la vida” –así se le bautizó a un camino construido en calidad de emergencia por el pueblo petersburgués ante el asedio alemán/finés- el bombardeo tanto de dicha carretera como de la ciudad de Leningrado se volvió más intenso a fin de cortar todo suministro que llegase a él. La situación de Leninigrado no podía ser peor: morían en promedio 10,000 personas diariamente de inanición y fatiga. Los cuerpos quedaban en las calles sin tener quién pudiera enterrarlos –apenas tenían fuerzas para caminar. Muchas personas morían en su casa, quedando los cadáveres insepultos por la misma razón. La zozobra tocaba su punto máximo. Sin embargo tanto los músicos como Eliasberg siguieron ensayando con una estricta disciplina. Terminada la sinfonía por Shostakóvich, fue estrenada el 5 de marzo de 1942 bajo la batuta de Samuil Samosud en Kúibyshev, la capital temporal de la URSS durante la batalla de Moscú. Posteriormente se estrenó en Nueva York en julio de 1942 bajo la dirección de Artuto Toscanini.

Tiempo después de terminada la Segunda Guerra Mundial, Eliasberg recibió a un grupo de turistas que llegaron de Alemania Oriental. Según relata Semyon Bychkov, un director de orquesta nacido en Leningrado en 1952, “Fueron a verlo –a Eliasberg- y le dijeron que habían sido soldados del ejército alemán justo en los límites de la ciudad… También tenían hambre. Estaban asustados… He aquí personas que representan el lado opuesto de la guerra y que necesitaban la música tanto como aquellos para los que fue compuesta”. Le contaron a Eliasberg que cuando escucharon la intepretación de la Séptima Sinfonía de Shostakóvich entendieron que una ciudad de personas que demostraron ese tipo de ánimo no se iba a rendir. Uno de ellos contó que sus camaradas lloraron cuando escucharon la sinfonía. Ignoro si esto es cierto –Bychkov nació 8 años después de roto el sitio de Leningrado y por lo muy regular las anécdotas personales son falseadas o exageradas; sin embargo hay que reconocer que cuando una pieza supera las expectativas políticas o ideológicas de un pueblo y se corona como un canto del espíritu humano, es menester ponerle toda nuestra atención.

Se llegó el día citado: el 9 de agosto de 1942 Eliasberg llegó al Recinto de la Orquesta Filarmónica de Leningrado. Se habían colocado altavoces por toda la ciudad con el fin de ofrecer la sinfonía a toda la población, así como un retador mensaje de resistencia a los soldados de la Wehrmacht y del ejército finés. Tres días antes la improvisada Filarmónica de Leningrado –entre los que se contaban numerosos soldados soviéticos, así como pocos y hambrientos músicos- habían tenido la oportunidad de ensayar una sola ocasión la sinfonía completa. Entonces el ejército Rojo lanzó una feroz ofensiva contra el ejército alemán a fin de evitar que este último atacara el Teatro durante la ejecución de la sinfonía. Tarea innecesaria: cuando comenzó a sonar la sinfonía, como por arte de magia la ciudad entera calló. Alemanes, fineses y rusos dejaron a un lado las armas y los civiles olvidaron por más de 70 minutos el hambre y la zozobra; durante esos minutos el mundo se transformó: un aire de dignidad, valor y resistencia permeó todo Leningrado. Propios y ajenos se dejaron llevar por la fuerza contrastante entre la poderosa solemnidad producto de la influencia de Gustav Mahler y la base con la que Shostakóvich marca el primer movimiento “allegretto”. La alternancia entre las cuerdas y los vientos, llevadas con la potente seriedad de las percusiones en un tempo marcial, haciendo que su desarrollo desemboque en una sutil melodía compuesta en sol mayor. El delicado juego contrastante entre un flautín y después un violín que parece reproducir su melodía dan cuenta del carácter irónico del primer movimiento. Cabe mencionar aquí que Shostakóvich era un maestro del argumento: si bien compuso la sinfonía deliberadamente para animar a un pueblo que sufría terriblemente los embates de la guerra, no dejó de reprochar a Stalin –y de algún modo burlarse de él- su severidad como mandatario, ya que al inicio del sitio sus órdenes imperativas de obligado cumplimiento so pena de ejecución inmediata fueron: “Resistir. Leningrado no se rinde. He dicho”.



La sinfonía prosigue: una flauta repite el tema central; le siguen flautín y fagot repitiendo cada frase; los vientos fuertes se entrelazan con el oboe y el corno, Todo esto por espacio de nueve minutos en un obsesivo crescendo concentrado en esa idea hasta alcanzar un punto forte y después fortissimo en un momento sumamente álgido de la sinfonía. Esta continúa y aunque se abandona el fortissimo, el tema central permanece, esta vez a través del fagot acompañado de cuerdas –violines, violas y cellos- en una calma mortal: un murmullo que lejos de constituir un arrullo es a todas luces el presagio de lo terrible.

El segundo movimiento, moderato (poco allegretto) comienza con los segundos violines ejecutando una melodía optimista. Oboe seguido de corno inglés y posteriormente cellos y con eso se aumenta la velocidad de la pieza.

El tercer movimiento es, en palabras de Shostakóvich, una representación de Leningrado al atardecer. Un tema de grandes contrastes entre los alientos y las cuerdas que producen una tensa sonoridad. Le sigue, sin realizar pausas, el cuarto movimiento (Allegro non troppo) Para Shostakóvich este último movimiento representa el momento de recordar a los caídos en el sitio de Leningrado. Pasando de un do menor a un do mayor para otorgar un fuerte acento a la sinfonía, el compositor lo lleva por un extenuante camino de pasajes en mi, la y si bemol y de pronto se alza orgullosa la tonalidad de do mayor en un emotivo final que representa la victoria. ¿Victoria de la guerra? Quizá para Stalin. No así para Shostakóvich, que con eso firmó el triunfo de la vida sobre la muerte; de la dignidad contra la brutalidad y de la exaltación del espíritu sobre la miserable ambición de poder.

En resumidas cuentas, estadísticamente hablando, la guerra la ganó la URSS. En realidad la guerra la perdieron todos. Pero la dignidad la arrebató abiertamente la música, pues esta sinfonía, lejos de ser compuesta para los habitantes de Leningrado, fue hecha para la humanidad. La séptima sinfonía de Shostakóvich fue llamada “Leningrado”: su nombre es Dignidad…


Dejo la Séptima Sinfonía de Dmitri Shostakóvich en do mayor, op. 60, interpretada por la Orquesta Filarmónica de Leningrado, bajo la dirección de Karl Eliasberg en Leningrado, 1964 en cuatro movimientos:
I Allegretto
II Moderato (poco allegretto)
III Adagio
IV Allegro non troppo